Sale.
Empezamos ahora con las historias de México.
Todos los que me conocieron, saben que en
todo el viaje, dejé claro que a mí me gustaría tener un novio mexicano.
Y no fue posible.
Aunque hubo publicidades en las redes
sociales, letreros en Cuernavaca, no fue
posible.
Hasta que, el destino, este santo hijo de
Dios, en el regreso a Brasil, me puso a sentar al lado de un mexicano guapísimo
que venía a Brasil por primera vez (a trabajo) y le gustaría hablar sobre algunas costumbres
de mi país querido.
Joven executivo de una empresa de
informática. Blanquito (para estándar mexicano), ojos color miel, cuerpo
hermoso y un chico de familia (me dijo que tenía que regresar el sábado a México porque tenía compromiso familiar a la noche. Y no. No era para su boda.).
Pipou…. 9 horas y media de vuelo. Sólo yo y él.
Era la respuesta para mis preces.
Empezamos a hablar sobre México. Me tiene
enamorada ese país. Le platiqué de mis amigos, de la comida, de la gente, de
los lugares que anduve, etc. Después, me preguntó sobre el clima en Brasil, las
costumbres de comida, etc.
Se mostró un chico muy distinto… hasta la
cena.
La aeromoza servía carne y pollo, pero como
era brasileña, le preguntó si le gustaría carne o “frango” (pollo).
Él me miró con ojitos de piedad y me
preguntó: ¿Frango?
Yo, sintiéndome la más necesaria de las
mujeres en el mundo: Sí. Pollo. Frango es pollo.
Él: Chicken?
Yo: Ahhhhh chinga… ¿Qué pinche parte de la
palabra POLLO no has entendido?
Él: Carne, por favor. Dos dosis de whisky y
una cerveza.
A las dos de mañana (el vuelo de regreso fue
a la noche), le pedí a la aeromoza que le despertara porque no escuchaba ni
siquiera su respiración.
Estaba vivo.
Se volteó a dormir.
Ha despertado en Brasil. Después que ya
habíamos aterrizado en São Paulo.
Y no más nunca me dirigió la palabra.
Siento que así está mi Cupido últimamente.