Es ella


No creía en ella. Todas las veces en que mis amigas se quejaban de que ella sería presentada a todas nosotras, no les di confianza.


Siempre pensé que quiénes se acercaran a nosotras serían cómo nosotras. No la conocía. Tan sólo había escuchado lo que decían sobre su naturaleza. Nada más que esto. Es impetuosa. Todo el contrario de mí que pienso mil y una veces hasta que tenga una solución razonable.


Ella no es así. Su energía se compara a de un volcán listo a explotarse. Intensa, casi mortífera.


¿Y yo? Tranquila como la laguna. Serena y mansa.


Nietzche dijo que “si reconoces en el otro es porque lo tienes tú”. No me reconozco (ni siquiera la conozco) en ella, entonces ¿por qué ahora ella insistía hacerse presente en mis días?


¿Qué tengo yo para que justifique tantas ganas de estar cerca a mí?


¿Quién ella cree ser para hacer lo que quiere, cuándo quiere en mi vida?


No me gusta ella. No la tengo cariños tampoco simpatía.


No me gusta que con su “poder” haga con que mi día sea una mierda.


No me gusta que con su energía haga con que la mía se haga pequeñita.


No me gusta que me enfade a cambio de tan sólo verme nerviosa y sin derechos.


No me gusta que llegue “llegando” en mi vida transformando a todo a mi alrededor sin miedo a nadie y a nada y, peor aún, sin mi permiso.


No me gusta que piense que es “la dueña” de la situación y de todo el mundo.


No me gusta que me haga llorar que, por cierto, es la manera más rápida y fácil de hacer con que odie a uno. No me gusta que me haga llorar. No tiene este derecho.


Hay que tener respecto. Si no por la persona, como mínimo para con su existencia.


Es lo que pienso yo y así digo a plenos pulmones que ¡NO ERES BIEVENIDA!



S in

P oesía en

M is días.

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