Miradas

Para los que me conocen personalmente saben cómo son mis miradas.

He aprendido con mi madre a hablar con los ojos. ¿Es bueno? ¿Es malo? Pues… a veces es bueno porque si alguien tiene la intención de acercarse a mí sin que lo quiera yo, con la mirada que les lanzo es suficiente para que desistan. Y a veces es malo porque cuando no quiero que alguien sepa lo que pienso, hablo otras palabras, pero, mis ojos me denuncian.

Hace muchos años, he leído un libro en que el autor trababa una batalla con su demonio personal. No era una batalla física sino espiritual. Ellos se enfrentaban sólamente con los ojos. Nunca me olvidé de la intensidad de las palabras en la guerra. Tampoco de la intensidad de los sentimientos que ellos mutuamente tenían. Un hombre en el camino. Un diablo en forma de gitano. Un hombre que buscaba encontrarse y otro hombre que era instrumento de tentación.

Hace año y medio, más o menos, leía un reportaje en el periódico El País y entre un asunto y otro lo encontré. A mi demonio personal. La mirada que me desafía desde entonces y que siempre me venció.

Nunca logré detenerme más que 5 segundos. Simplemente no consigo. Me siento mal. Me siento bien. Me siento helada. Me calienta el alma. Me desafía. Me acaricia. Me da miedo. Me siento segura. Me da pena. Me da orgullo. Me da guerra. Me da paz. Me hace sentir todo. Y todo al mismo tiempo.

En la época en que leí el libro, por más que intentara sentir lo que era enfrentar a su demonio en otra persona, nada se acerca al que me hace la foto ésa.

Enfrentarlo cuando está dentro de si mismo es fácil. Lo callamos porque así lo queremos. Enfrentarlo cuando está en otra persona, cuando no tenemos control sobre él… es tarea para pocos.



No soy tan fuerte.

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